Esta obra sensitiva de Ruth Untoria comenzó una noche en el año 2.002 en donde bajo la soledad y el silencio nocturno le hizo esclarecer sentimientos y emociones profundos a través de una manera libre y expresiva de representar. Era una forma totalmente personal e íntima de encontrar respuestas a todas aquellas reflexiones existenciales que surgían en ella. Continuó aleatoriamente utilizando este medio de expresión para verse reflejado su interior en imagen sin un pensamiento previo a la creación.
Entre los años 2.007 y 2.015 dejó de lado toda forma de expresión artística, experimentando
profundas transformaciones en su desarrollo personal. La evolución de su obra desde dicha
fecha ha ocupado desde un principio el centro de su actividad, estos dibujos son como ella
siente, “su alma verdadera”, acompañarán su trayectoria como descubrimiento y potencial
espiritual, para superar una cosmovisión empirista.
Ruth enfatiza el papel de la experiencia, ligada a la percepción sensorial, en la formación del conocimiento. La experiencia es la base de todo conocimiento, no sólo en cuanto a su origen sino también en cuanto a su contenido. Se parte del mundo sensible para formar los
conceptos y éstos encuentran en lo sensible su justificación y su limitación.
En 2.015 cuando retorna a España tras nueve largos años de búsqueda interior en Sudamérica y con una gran incertidumbre y desequilibrio emocional por el gran choque que sintió al volver a la ciudad y a esta sociedad, decidió continuar con esta manera de conectarse de nuevo con lo más profundo de su ser para poder plasmar y vaciar emociones que en aquellos momentos no lograba entender y calmar.
Tras ese largo período de tiempo, al ver dichas imágenes creadas en el pasado, percibió que muchas de las experiencias que pudo vivir en esta etapa de conexión interna ya las había reflejado en aquellos dibujos instintivos en un pasado.
Técnicamente, es una manera totalmente intuitiva de dibujar. El fondo negro del soporte, transmite una presencia dominante de la superficie que sigue representando los espacios más profundos y desconocidos del ser que tras contrastar con luminosos colores, éstos emergen del fondo a través de líneas expresivas y sin límites representando figuras, máscaras, imágenes, símbolos, situaciones y hasta palabras… siendo todos, un medio de expresión emocional y espiritual, creando un argumento común y decisivo donde todo lo plasmado se relaciona en armonía.
La materia incorpórea de las imágenes se define en amplios rasgos gráficos como fundamento de una nueva sensación espacial en la que destacan las representaciones figurativas, resueltas con los mismos criterios y tendentes a la expresión de las acciones y la relatividad de las definiciones profundas de dichas cuestiones existenciales.
Con esta manera de expresión, Ruth Untoria renunció a los detalles, a la personalización y a los principios de individualización que pudiesen manifestar rasgos concretos expresivos propios de la condición humana y realista, sustituidos por situaciones genéricas y acciones, formas ingenuas y primitivas originarias del ser humano,
plasmando con una gran sensibilidad el equilibrio entre el fondo y la imagen.
El dibujo concentrado en signos crea un lugar de misterio, propio de un secreto que traspasa fronteras internas. El “signo” guarda relación en su obra con la memoria ancestral, aquello que existió una vez en el ayer, perdura en el ahora, momentos móviles entre el pasado y el futuro que vibran en un eterno presente completando la experiencia individual.
La elección de colores es intuitiva, no visual. Éstos, son elegidos con los ojos cerrados y el primer contacto del color con el soporte también lo realiza sin visión, creando una sensación táctil, auditiva y sensorial íntima. El movimiento de los colores en sus manos intenta condensar las pulsiones del espíritu que llevan a crear las manifestaciones más libres de la imaginación.
Cada color busca una imagen, y cada imagen es un impulso, un impulso que entrelaza un movimiento que camina, libera y descarga una emoción, intentando captar la totalidad de las cosas, llegando a conseguir una visión interior. El requisito imprescindible de esta obra es volver a conectar con los sentimientos a fin de tener de nuevo una idea creadora, el sentimiento cobra forma engendrando una cualidad interna que despierta en el espectador asociaciones imaginarias y procesos emocionales que la artista a través de sus dibujos pudiera reelaborar y convertir en una nueva experiencia.
El juego de esta obra se encuentra entre el movimiento, el peso y la inestabilidad de la imagen, que alude con fuerza y a la vez con una gran fugacidad implícita de lo material. Todas las creaciones de esta obra brotan de grafismos libres con formas similares a ovillos y líneas ascendentes y descendentes de energía a modo de respiración gráfica que proporcionan a la artista la base de sus invenciones. Símbolos, figuras e imágenes que vibran entre la vida y la muerte actuando y cobrando vida como gruía de almas en tránsito entre lo tangible y lo intangible.
Una mezcla entre colores fríos y cálidos se entremezclan creando un atractivo y expresivo contraste con el fondo, y en apariencia, desordenados trazos que establecen el sistema de relaciones que, prescindiendo de las formas realistas y las definiciones espaciales, genera la profundidad necesaria para la integración armónica de los volúmenes y el fondo de un formato determinado.
La descripción visual no obedece a leyes lógicas, ella logra crear una atmósfera mágica
que el espectador puede captar por vía sensorial más que racional. El signo simboliza el
camino.
La obra es pues el medio de transporte que lleva el mensaje espiritual y conduce a la artista
y al espectador a un estado de éxtasis y admiración. El dibujo en sí mismo es vehículo que
viaja y que carga y descarga elementos espirituales. El viaje simboliza el camino a la búsqueda de la verdad y del conocimiento de uno mismo.
El viaje puede implicar el paso de un plano a otro, niveles de conciencia, niveles de vida y
el nivel que va de la vida a la muerte, o simplemente como iniciación de todos los niveles.
La originalidad de estos trazos instintivos son como claves plásticas, inéditas, involuntarias, intuitivas, que se entrelazan creando imágenes que emergen de la no forma para al mismo tiempo plasmar el color a partir de la anulación de los detalles anatómicos y los caracteres de personalidad, contrastada con la fuerza de los trazos informes de todos los elementos y la abstracción del fondo plano oscuro, negro; y la capacidad expresiva y el atractivo visual de los colores puros, derivados de la sensibilidad de la expresión interna de Ruth.
A la artista en esta obra no le interesa la descripción de la apariencia exterior de las cosas, puesto que lo que el ojo capta ya ha pasado. Ella busca un todo unitario, imágenes que coexisten y al mismo tiempo se convierten en misterio.
Esta manera de dibujar de la artista la conecta con un método originario tribal o nativo de expresión, atendiendo a una necesidad básica, lejos de consideraciones, discursos y retóricas históricas preconcebidas. Busca la autenticidad y la sinceridad del mensaje interno artístico, imágenes nacidas de la espontaneidad.
La expresividad de las máscaras, hace que no sean sólo figuras, sino que tras ellas exista todo un universo mítico y místico, todo un universo de pulsiones, pasiones e inquietud, de formas cuya finalidad es mágica.
Estas figuras deben servir de constante manifestación y revelación de lo no tangible, y no representan a nadie ni a nada en concreto, sino que su poder es más bien sugestivo catalizador de la imagen global. La presencia de estas figuras armoniza su forma y su significado. En sí condensan numerosas naturalezas; la mítica, la material y la espiritual que atribuyen un significado universal.
En esta serie de dibujos, Ruth se aleja y rechaza las nociones idealizantes del arte como lo había visto hasta el momento, con máscaras, figuras, espirales, palabras y líneas sin aparente sentido, propugna un lenguaje directo y vital, disolviendo formas y conceptos.
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